La historia oficial nos ha enseñado muchas mentiras, pero también nos ha dejado ver en tiempo real que una mujer gobernante no siempre representa una postura feminista si esta se enuncia utilizando los códigos del obsoleto paradigma patriarcal que, por muy humanista que quiera ser, todavía no transgrede el concepto de lo “humano” alojado en las raíces machistas del humanismo eurocéntrico.
Como lo explica la filósofa Rosi Braidotti en su libro "Feminismo posthumano", el humanismo de la Ilustración instaló lo humano, más que como una especie, como un “marcador de la cultura y la sociedad europeas y de las actividades científicas y tecnológicas que ellas privilegian”.
El Hombre, condecorado por la razón universal, se yergue como modelo de civilización y de progreso, y partiendo de ahí justifica sus libres mercados de guerra, sus defensas, sus nacionalismos y sus patriotismos sangrientos.
El feminismo contemporáneo y transformador de la pensadora ítalo-australiana no sigue la consigna “mujeres en el poder”, sino “la humanidad como poder”, pero partiendo de una noción distinta de poder y de humanidad. Ese nuevo modelo sugiere un “nosotras” político que nos incluye a todas las entidades vivientes del planeta, cuya fuerza reside en la voz de un activismo radical por la vida, que reconoce y afirma la permanencia de lo plural y lo diferente, la salud ambiental y el bienestar social global.
Se está perfilando una interesante baraja de mujeres presidenciables para el 2026: la senadora María Fernanda Cabal y la periodista Vicky Dávila en las falanges del uribismo duro; la exalcaldesa Claudia López, por el extremo centro y, en la izquierda, la senadora María José Pizarro y mi apuesta, la psiquiatra y exministra de salud Carolina Corcho.
Las tres primeras están todavía militando explícitamente en las filas mohosas del patriarcado tradicional, que traduce la vida en términos de economía neoliberal con sus consecuentes efectos de desigualdades y discriminaciones.
En el caso del progresismo, sin demeritar a la juiciosa senadora Pizarro, considero que con la claridad mental y la probada capacidad intelectual de la doctora Corcho (si la convencemos y sin olvidar que necesitamos mayorías en el Congreso) hay una oportunidad de continuar el proyecto de país ––en cuya formulación estuvo involucrada y que conoce como la palma de su mano–– desde una personalidad independiente del también patriarca Gustavo Petro.
Como en México, en Colombia tenemos en ella a una científica igualmente brillante, con una larga trayectoria en trabajo social y que puede alistarse para escribir el siguiente capítulo de las transformaciones sociales desde un liderazgo articulador y un pensamiento ordenado, metódico y feminista en el sentido más diverso y vitalista de esa palabra.
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