jueves, 29 de agosto de 2024

"Gaviota, la campesina": Margarita Rosa de Francisco

Gaviota es el sobrenombre del personaje que interpreté, hace más de 30 años, en la famosa telenovela Café con Aroma de Mujer. 

Ella y Carmenza, su madre, eran campesinas recogedoras de café; dos mujeres solas, empobrecidas, errantes, explotadas, pero también alegres y soñadoras, especialmente la joven e impetuosa Gaviota, que, a falta de dinero para ir a la escuela, estudiaba por su propia cuenta porque su alma inquieta le pedía ir más allá de sí misma y de lo que su escasa fortuna (es decir, el orden político hegemónico) quería hacer de ella. 

Cuando cantaba entre los cafetales, la matriarca (la dueña de la hacienda en la cual trabajaban las dos chapoleras una vez al año) se molestaba: “otra vez esa campesina”, decía la Doña, con el desdén de la superioridad, del poder, del privilegio. 

Colombia todavía reproduce el clasismo de la sociedad retratada en aquella gesta inverosímil. El “campesino” de la realidad histórica colombiana está asociado a la imagen de una persona en condiciones miserables, como Gaviota, de “pata al suelo”, con poca o ninguna educación. 

“El campesinado” ha sido tradicionalmente esa masa informe de ignorantes desgraciados, expuestos al despojo y al exterminio, y que sólo sirven para sumar votos.

Tengo 59 años y sólo hasta ahora veo un gobierno empeñado en cambiar esa maldita correlación de fuerzas entre los patriarcas lugartenientes, propietarios de miles de hectáreas de tierra, y los que no tienen ni un metro, aunque sean ellos los que se partan la espalda trabajándola, como Gaviota y su mamá.

Los campesinos del proyecto progresista pueden elegir ir a la universidad, estudiar idiomas y aprender a ser críticos de su sociedad y expresarlo desde su sabiduría; también ser industriales, técnicos agrarios y ambientales porque son sujetos de derechos y de la construcción económica de Colombia. Además, pertenecen a una alta clase social, en tanto está vinculada a una necesidad vital de la existencia.

Cruzadas como la de esa muchacha campesina (una entre millones) que logra escalar hasta la cumbre de un sistema injusto que los demás personajes y la audiencia felicitan, algún día serán cosa de nuestro pasado feudal que las historias de televisión podrán rescatar como recuerdo exótico, ya desde la realidad de una sociedad digna por principio.

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