Colombia todavía reproduce el clasismo de la sociedad retratada en aquella gesta inverosímil. El “campesino” de la realidad histórica colombiana está asociado a la imagen de una persona en condiciones miserables, como Gaviota, de “pata al suelo”, con poca o ninguna educación.
“El campesinado” ha sido tradicionalmente esa masa informe de ignorantes desgraciados, expuestos al despojo y al exterminio, y que sólo sirven para sumar votos.
Tengo 59 años y sólo hasta ahora veo un gobierno empeñado en cambiar esa maldita correlación de fuerzas entre los patriarcas lugartenientes, propietarios de miles de hectáreas de tierra, y los que no tienen ni un metro, aunque sean ellos los que se partan la espalda trabajándola, como Gaviota y su mamá.
Los campesinos del proyecto progresista pueden elegir ir a la universidad, estudiar idiomas y aprender a ser críticos de su sociedad y expresarlo desde su sabiduría; también ser industriales, técnicos agrarios y ambientales porque son sujetos de derechos y de la construcción económica de Colombia. Además, pertenecen a una alta clase social, en tanto está vinculada a una necesidad vital de la existencia.
Cruzadas como la de esa muchacha campesina (una entre millones) que logra escalar hasta la cumbre de un sistema injusto que los demás personajes y la audiencia felicitan, algún día serán cosa de nuestro pasado feudal que las historias de televisión podrán rescatar como recuerdo exótico, ya desde la realidad de una sociedad digna por principio.
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