jueves, 22 de agosto de 2024

"¡Fracasada!": columna de Margarita Rosa de Francisco

Los perezosos de pensamiento recurren a maldiciones de este tipo en los debates. Debo confesar que de todas las cosas que me gritan en las garroteras que se arman en las redes, a saber: “drogadicta” (y todas sus variantes), “guerrillera”, “vieja”, “loca”, “payasa”, “anoréxica”, “mamerta”, “menopáusica”, “pseudofilósofa”, “bruja” y “fea” –– el adjetivo “fracasada”, que también me lo enrostran con frecuencia, me resulta inspirador; evoca en mí ese silencio en el alma que produce toda pérdida. Me recuerda también una frase de Borges que dice: “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no conoce”.

El tipo de pérdida al que alude este “fracasada”, que pretende ser un insulto, está referida a la comparación o a la competencia. Está muy encriptado en la racionalidad actual que debemos ganarle a los demás para valer más. Hay que ser los mejores; de ahí las lógicas de guerra, de colonización, de exterminio. En ellas está el germen del racismo, de la homofobia, del clasismo.

Volviendo a la frase de Borges, ¿a qué dignidad se refiere el escritor? Aceptar una victoria es fácil. La damos por merecida, aunque convendría también cuestionar nuestros triunfos. Admitir una derrota, en cambio, es éticamente exigente. Requiere valor y nobleza de espíritu y, si se aprovecha el duelo, puede producir una revolución interna.

Pero hablemos de fracaso en palabras mayores. Si hay una pérdida universal que tendríamos que asumir todos, con la poca dignidad que nos queda, es la de nuestro juicio cuando delira al creer que hay vidas que valen más que otras. Holocaustos impunes como el que el gobierno israelí está consumando en Palestina ante los ojos del mundo entero, por ejemplo, son el síntoma de la derrota moral del género humano. ¿No es la vergüenza la que triunfa cuando gana el genocida? ¿No es ello el fracaso, quizás irreparable, de toda la humanidad?

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