miércoles, 30 de octubre de 2024

"Genocidio: la palabra maldita": Margarita Rosa de Francisco

Cuando se indaga en la historia humana, parece que la guerra ha sido el único modo de imponer las delimitaciones y formas físicas de las naciones. 

Entiendo que no exista otro modo de darle realidad a un acto tan arbitrario como es que los vencedores tracen el nuevo límite de su territorio para luego tratar de legitimarlo con leyes igualmente caprichosas. Para hacer eso se necesita creer en una forma de poder basada sólo en la dominación. 

Así es como cada masacre (que es siempre el resultado de una guerra) se va traduciendo en los mapas de colores que aparecen en las ilustraciones de los textos académicos de historia y geografía.

De ese modo los patriarcas del mundo han hecho de la industria bélica la más jugosa de todas y ejecutan sus proyectos genocidas aquí y allá, cobardemente, siempre calculando sus ganancias en recursos arrancados de las entrañas de los océanos y de las tierras que hacen sangrar y que no les pertenecen, pero que luego adicionan a sus arcas de avaricia.

La matanza en Gaza es ahora la empresa genocida más visible mediáticamente, pues hay otras en Sudán, Congo, Siria, Afganistán, Ucrania y cincuenta países más que no nos importan.

Se ha convertido en espectáculo el plan de exterminio del gobierno de Israel que hace rato dejó de tener que ver con su “derecho a la defensa”, una bandera rota de la cual se apropia todo genocidio institucionalizado y que no le alcanza a ningún Estado para justificar más de una centena de asesinatos diarios como los que se están cometiendo en Gaza hace más de un año.

La humanidad continúa existiendo en una era tanatopolítica, pues sólo entiende la política como una lucha por el poder de matar, no solo a su propia especie y a otras, sino la salud del planeta.

Los países más poderosos han sido y siguen siendo los que más capacidad tienen para asesinar en masa. Qué extraño. Parece que querer cambiar ese paradigma de poder, esa forma de dictadura que amenaza con desaparecernos a todos los seres vivos, y que regula el orden mundial, es una locura del tamaño de un estallido nuclear.